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Columna: El poder de las redes sociales y la solidaridad


Mauricio Cox, Coordinador de Comunidad Educativa de USS, Universidad San Sebastián

El 18 de agosto se celebró en Chile el “Día de la Solidaridad”, una fecha especial que busca celebrar y despertar en todos los ciudadanos uno de los valores humanos más importantes que debe imperar en nuestra sociedad.


Su relevancia está dada porque nos hace personas más sensibles, conectadas a las necesidades de los otros y no sólo a las de nosotros mismos, confiriendo con ello una verdadera experiencia de vida.


Por eso, vale la pena en un día como hoy preguntarse por ejemplo hasta qué punto las redes sociales potencian la solidaridad o si pueden ser un peligro o amenaza para cultivar este importante valor, sobre todo en las generaciones más jóvenes.


El mayor acceso a Internet y la explosión de las redes sociales no solo han permitido que millones de personas puedan compartir su vida social con amigos o conocidos, sino que también están produciendo un nuevo tipo de participación ciudadana.


En el mundo sin Internet las acciones solidarias estaban limitadas por el tiempo y la capacidad de cada uno de trasladarse, o de ayudar a una persona o grupo, de manera directa. Internet nos está permitiendo reducir estas barreras y ampliar aún más nuestra capacidad de ayudar. Pareciera que un nuevo tipo de ciudadanía más activa y comprometida con los problemas de su barrio, ciudad o país está surgiendo de la mano del crecimiento de las redes sociales.


Firmar una petición, donar una suma pequeña de dinero a una causa o sumarse a eventos virtuales para apoyar alguna organización son algunos de los nuevos canales que los chilenos tenemos para ayudarnos. Es así como en los últimos años personas que tradicionalmente no estaban vinculadas a lo que suele llamarse “iniciativas de cambio social” o “acciones solidarias” están empezando a sumarse a este tipo de campañas, "porque lo vi Instagram o en Facebook" o "porque me lo reenvió mi vecina por whatsapp".


En Chile, muchas plataformas están dando la posibilidad de descubrir nuevas formas de participación. Si bien el firmar una petición o donar dinero por Internet no reemplaza los canales tradicionales de practicar la solidaridad, sí amplía de manera efectiva nuestra capacidad para involucrarnos. El poder que nos dan las redes sociales, bien utilizado, puede contribuir a generar cambios sociales y colaborar en transformar la forma en que los chilenos nos vamos convirtiendo en ciudadanos más activos y comprometidos.


Sin embargo, debemos reconocer que dicho poder también puede constituir un peligro o amenaza para el valor de la solidaridad. La inmediatez que ofrecen las redes sociales para ofrecer información actualizada puede jugar en contra y se puede llegar a desarrollar el síndrome FOMO ('Fear Of Missing Out'), el miedo a perderse algo importante mientras no se está en línea. Si el joven siente ansiedad o muestra mal humor cuando no está mirando el móvil, se duerme muy tarde por estar en las redes sociales y deja de cumplir con sus responsabilidades familiares, de estudio o trabajo, puede estar desarrollando una adicción tecnológica. Alienación, ensimismamiento e individualismo son los contravalores de la solidaridad.


Ciertamente el Padre Hurtado habría utilizado el poder de las redes sociales para promover sus obras, sus causas y en particular, el valor de la solidaridad entre los chilenos, pero nos habría advertido también de sus peligros y la necesaria educación en su buen uso.


Aprovechemos entonces las posibilidades de encuentro y de solidaridad que ofrecen las redes sociales y que la red digital no sea un lugar de alienación, sino un lugar rico de humanidad que propicie la solidaridad y el respeto del otro en sus diferencias.


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